sábado, 16 de octubre de 2010

MARÍA ANTONIETA. El final de una Rosa

Hace más de 200 años la ira de un pueblo terminó con la vida de una de las Reinas más bellas de Europa... aún su trágica y romántica vida cautiva a muchos, tanto a sus seguidores como detractores. Éste es un pequeño homenaje para quien fuera La Rosa de Francia. La Reina de Versalles.


Prisión de La Congergerie, Paris, 16 de Octubre de 1793

En medio de la más profunda oscuridad de la noche mientras todos duermen, una mujer delgada y vestida de negro permanece despierta, guarda silencio, luce fatigada por las constantes hemorragias vaginales de los últimos días que la debilitan; por el gorro que lleva puesto se pueden ver algunos mechones de cabello lacio todo encanecido cuando apenas un año atrás eran tan rubios como el sol.
El día anterior el tribunal la sentenció a muerte, pues ella sabía que solo iba a salir de esa fría prisión para no volver jamás, porque tratándose de ella el juicio era pura fórmula. La dama está resignada y con valentía acepta su muerte, aprieta sus manos y alisando su negro vestido de viuda se levanta muy despacio tomando una postura erguida haciendo ver su extremada delgadez muy diferente a la esbelta figurita de biscuit de Sévres que en otro tiempo cautivó a todo el mundo... Casi como un fantasma, silenciosamente se acerca a una mesa que tiene en su celda; con la mano coge una de las dos velas que alumbran la estancia, acercándola al papel que tiene tendido sobre la mesa; con la otra mano toma la pluma y antes de meterla al tintero se queda inmóvil ordenando sus ideas y recordando a sus hijos y cuñada de los cuales fue separada y pensando en su desdichado marido con quien compartirá el mismo final.


El jucio

Este momento permite percibir ciertas particularidades, aquella mano de delgados dedos que sujeta la pluma aún conserva un poco de la suavidad y finura de la edad juvenil -aunque por el frío de la celda sus manos sean víctimas de constantes dolores-, sus bellos ojos azules aún mantienen el brillo y la vitalidad de su persona pese a lo mucho que han llorado, en medio de tanta tristeza aquellos ojos ven lejana la alegría que solo recuperarán cuando todo haya terminado y se encuentre en presencia del Todopoderoso; su frente muestra algunas arrugas al igual que sus pómulos que presentan protuberancias y depresiones, su rostro se ve envejecido aunque se perciben aún algunos perfiles de la belleza. Mechones de cabello cano caen de su gorro que ahora sustituye a la corona que en otros tiempos ostentaba cuando junto a su marido regían el destino de toda una nación y la vida sonreía. La mujer se acomoda en la silla acercándose un poco más a la luz que deja ver su boca viva y petulante que en otros tiempos reía de una manera tan infantil que llenaba de alegría el palacio y complacía a todos en la corte quitando un poco de tiesura a aquella estricta e hipócrita rigidez de Versalles. El labio inferior típico de los Habsburgo ahora esta seco y muestra algunas rajaduras pero su aspecto es autoritario. La dama se frota los cansados ojos con aquellas delicadas manos, es que a sus treinta y ocho años María Antonieta tiene el aspecto de una mujer de sesenta. Lanzando un gran suspiro la reina moja la pluma en la tinta y empieza a escribir una conmovedora carta a una princesa, a su querida cuñada Madame Elizabeth:

“C'est vous, ma soeur, j'écris pour la dernière fois. Je viens d'été condamné, non pas exactement une mort digne, pour ne pas les criminels". Es a usted, hermana mía, que yo escribo por última vez. Acabo de ser condenada, no exactamente a una muerte honrosa, si no a la de los criminales pero tengo el consuelo de que voy a reunirme con vuestro hermano, inocente como él, yo espero mostrar la misma firmeza que él en sus últimos momentos. Estoy tranquila porque la conciencia no tiene nada que reprocharnos, tengo un profundo dolor por abandonar a mis pobres hijos, usted sabe que yo no vivo más que para ellos, y usted, mi buena y tierna hermana, usted que por su amistad ha sacrificado todo por estar con nosotros, en qué posición la dejo! Me enteré por los alegatos mismos del proceso que mi hija ha sido separada de usted, ¡Dios Mío! A la pobre niña no me atrevo a escribirle, ella no recibiría mi carta, ni siquiera sé si esta le llegará a usted, reciba por medio de ésta, para ellos dos mi bendición. [...] Que mi hijo no olvide jamás las últimas palabras de su padre, que yo le repito expresamente: “Que no busque jamás vengar nuestra muerte”. [...] Muero dentro de la Religión Católica, Apostólica y Romana, en la religión de mis padres, en la cual fui educada y que siempre he practicado, no teniendo ningún consuelo espiritual, ni siquiera he buscado si hay aquí sacerdotes de esta religión, a los otros sacerdotes (constitucionales) si hay, no les diré mucho. Pido sinceramente perdón a Dios por todas las faltas que yo haya cometido en mi vida. Espero que en su bondad Él tenga a bien recibir mis últimos votos, ya que los hago después de mucho tiempo para que Él reciba mi alma en Su misericordia y Su bondad. Pido perdón a todos aquellos que conozco, a usted, hermana mía, en particular, por todas las penas que, sin querer, le haya podido causar, perdono a todos mis enemigos el mal que me han hecho. Aquí, digo adiós a mis tías y a todos mis hermanos y hermanas, a mis amigos, la idea de estar separada para siempre y sus penas son uno de los más grandes dolores que les doy al morir, que ellos sepan, al menos, que justo hasta mi último momento yo pensaré en ellos. Adiós, dulce y tierna hermana, espero que esta carta llegue a sus manos! Piense siempre en mi, la abrazo con todo mi corazón al igual que a mis pobres y amados hijos, ¡Dios Mío! Que doloroso es dejarlos para siempre. ¡Adiós, Adiós! Me voy para ocuparme de mis deberes espirituales, pues como no soy dueña de mis acciones, me acompañará un sacerdote (constitucional) pero yo protesto aquí que no le diré una sola palabra y que lo trataré como a un absoluto extraño”. Marie Antoinette

María Antonieta y su cuñada Madame Elizabeth

Terminada la carta soltó la pluma y dobló el papel dejándolo en la mesa para que un guardia sea el encargado de llevársela a Madame Elizabeth; aún es temprano, casi las cinco de la mañana y faltan algunas horas para la ejecución de su sentencia pero ya oye movimiento en el patio, deben ser los guardias, hay tantos como si fueran a enfrentarse con un gran batallón pero solo se enfrentarán a una persona... a la Reina de Francia. Muy despacio se acerca a la cama y nuevamente se tiende en ella, con su vestido de luto puesto permanece con los ojos abiertos pensando en todo lo que le tocó vivir, una vida magnifica llena de lujo donde nació siendo Archiduqesa de Austria y Princesa Real de Hungría y Bohemia para luego convertirse en Reina de Francia y de Navarra, vivió en el punto más alto de la fortuna de Austria para ahora caer a lo más bajo de la revolución, pues cuando llegó a Francia su liberalidad y sinceridad fueron trastocadas y el rigor y dignidad austriacos fueron suplantados por la frivolidad de Versalles. Así la vida de la viuda de Capeto (como los revolucionarios despectivamente la llamaban) se acercaba a su fin. Antes de emprender el camino al patíbulo -ya vestida de blanco- le ataron las manos y al salir no había carruaje ni séquito, tan solo una carreta que la llevaría por el camino de la muerte, camino que muchos otros habrían de recorrer después de ella.

En enero de ese mismo año, antes de su ejecución, su esposo Luis XVI dijo de ella: ”María Antonieta llegó a Versalles siendo una niña, una vez ahí no tuvo a alguien que la ayude”


1 comentario:

  1. Pues habrá que buscar más información sobre la rosa de Versalles...

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